Sábado. Todas las miradas puestas en Baiona.

Censurado por unos, cuestionado por otros, el anuncio del desarme de ETA es, ante todo y para todos, una noticia de extraordinaria repercusión. Una noticia muy esperada.

El desarme definitivo de ETA supone un avance para el final ordenado y decisivo de la violencia. Una apertura de puertas a un tiempo futuro basado en la convivencia. Sin olvidar el sufrimiento y el dolor de todas las víctimas, situación sobre la que todos y todas tenemos la responsabilidad de contribuir para recomponer las cicatrices que han dejado más de cuarenta años de injustificada violencia y de quiebra del más básico de los derechos humanos.

En definitiva, el desarme de ETA es un tránsito indispensable, una condición necesaria, la antesala para hacer realidad uno de los mayores anhelos de la sociedad y la mejor herencia que podemos dejar a las futuras generaciones, la consecución de la paz.

Unilateral, incondicional, veraz, irreversible, completo, legal, verificable son los adjetivos que deben acompañar a este acto de desarme único y definitivo al que quiero dar credibilidad y deseo fervientemente concluya con éxito.

No estaríamos en esta situación sin el trabajo desarrollado por los organismos de verificación, por los representantes de la sociedad civil y por las instituciones. Bajo unas condiciones de discreción, en ocasiones exquisitas, destaco la implicación en la contribución de este logro de los gobiernos vasco y navarro, con Iñigo Urkullu y Uxue Barkos a la cabeza. Las gestiones de apoyo realizadas y las que, a buen seguro, quedan por realizar han supuesto un impulso importante al acto de desarme final que debe contar con todas las garantías de legalidad y seguridad.

Deseamos que los gobiernos español y francés coadyuven a la culminación del desarme de ETA.

Tras este paso dado por ETA sólo esperamos la disolución, en el menor plazo de tiempo posible, de la organización terrorista para cerrar una etapa negra que nunca debiera haberse producido.