Escuchaba a Daniel Innerarity en una entrevista concedida a la radio pública alavesa a principios de esta semana que “la política se había apoderado de la moda”. Y desarrolló. Actualmente en el mundo de la moda pueden convivir nuevas tendencias con la reedición de modelos de pasarela que funcionaban en los años 40. Hemos constatado que el mismo formato funciona también en política. Podemos dar fe del nacimiento de nuevas formaciones políticas a la par que resurje una ultraderecha, poco innovadora, dedicada a rescatar del pasado ideas que algunos pensábamos ya estaban más que superadas.
Hace unos días la Consejería de Educación de Murcia enviaba instrucción a los centros educativos de esa Comunidad Autónoma en la que exigía la previa autorización de padres-madres en la participación del alumnado de determinadas actividades complementarias pero también obligatorias y evaluables. Actividades previstas en los objetivos curriculares del curso académico. Desde ese momento, ríos de tinta sobre algo viejo con nombre reinventado por la ultraderecha española: el PIN parental. Algunas veces nos lo piden las aplicaciones informáticas para impedir que nuestros hijos e hijos no puedan acceder a determinados contenidos informáticos. Pero esto no va de eso, sí de hijos pero no de informática. Y más de VETO que de PARENTAL.
En Euskadi llevamos años construyendo un modelo educativo basado en la adquisición por el alumnado de las competencias básicas, las destrezas necesarias para afrontar la vida. Sin vetos. Al menos, sin vetos que impidan promover una educación en valores en la que prime el respeto a los derechos fundamentales. Los y las profesionales educativos, los padres y las madres y el alumnado, en determinadas edades, comparten, mediante herramientas propias del sistema, la posibilidad de establecer aquellos mecanismos que permitan transitar de manera responsable por esa experiencia que supone aprender a aprender, a pensar, a emprender, a ser, a convivir y a comunicarse durante la primera etapa vital de las personas. ¿Quién se atreve a poner vetos a este planteamiento? ¿Qué sentido tiene vaciar de contenidos cívicos/éticos a la educación? ¿O pretenden volver a “la letra con sangre entra” como herramienta educativa?
Una nueva polémica perniciosa que aviva la ultraderecha dentro de esa estrategia de lanzamiento de fuegos artificiales que han adoptado para reclamar permanente atención pública. Al menos, la atención pública de ese sector ubicado en el cajón de la derecha. Sabedores de tener la sartén por el mango en lugares como Murcia, Madrid o Andalucía donde su posicionamiento de voto parlamentario puede “freír” a los gobiernos autonómicos del PP y Ciudadanos.
Fueron estas formaciones políticas quienes colocaron los galones a la ultraderecha. Sobre todo un PP descolocado que parece va a ejercer su oposición al gobierno recién constituido siendo más ultra que la ultraderecha. Eligieron una pareja de baile que les marca el paso una y otra vez, sin capacidad siquiera de seleccionar el ritmo. En este caso al PP le faltó tiempo para engordar un debate ficticio alimentado por Vox con fake news, materia que domina bien el partido de Abascal.
La educación y la formación son sinónimos de futuro. Son el motor de cambio de una sociedad. La inversión en políticas educativas de calidad se traduce en nuestra mejor apuesta por el desarrollo personal y profesional de la juventud. Dentro de un marco estable y duradero. A salvo de cambios políticos coyunturales o de intereses partidistas.
Y ese futuro, nuestra juventud, nos indica la conveniencia de alcanzar el máximo consenso en materia educativa (que lamentablemente no se logra) con implicación compartida de los y las profesionales del sector, de padres y madres y del propio alumnado. Sin olvidar que, a lo largo de la vida, la educación y el aprendizaje están en la escuela pero también fuera de ella.
Lo siguiente: “El euskera y los Ayuntamientos”.